viernes, 2 de diciembre de 2011

Ejercicios mnemotécnicos de Alberto Corazón

No siempre es fácil imaginar cómo un artista lleva a cabo su trabajo, pero hay ocasiones en que la resolución de las obras permite ver con diáfana claridad cómo éstas han sido creadas. He pensado en esto al visitar la exposición de Alberto Corazón (Madrid, 1942) en la galería Marlborough. El pintor, escultor y diseñador madrileño presenta aquí una importante serie de lienzos protagonizados en buena parte por bodegones.
     Ha venido muy bien encontrar por sorpresa un texto del propio artista en el número de diciembre de la revista Descubrir el arte. Leyéndolo, se confirman muchas de las cosas que las propias obras a veces dejan intuir y otras dicen explícitamente. Estos cuadros muestran un acabado que tiene más de garabato primigenio que de lienzo listo para exponerse. “Pintar como si estuviese dibujando”, dice Corazón. Los trazos del pincel y el grafito nos hablan de su forma de afrontar la pintura, donde el modelo tiene menos importancia que una especie de impulso subconsciente. “No conozco otro “método artístico” que el de prueba y error. Todo lo que pienso previamente, lo que trato de imaginar, de visualizar, todo desaparece en el momento en que la mano con el grafito o la brocha comienza a moverse”.
     Todo ello no parece palabrería gratuita si observamos el acabado tosco de los cuadros. Las manchas de color son imprecisas, al igual que los finos contornos negros que más que delimitar las formas las insinúan. En los bodegones, por si acaso, Corazón escribe una leyenda descriptiva al lado de cada pieza de comida, con una caligrafía igualmente esquemática. En todo –en los colores, en las formas, en la soltura aparentemente natural y despreocupada de los trazos– parece intuirse el placer por el acto mismo de pintar. En este caso, disfrutar de la pintura como se disfruta del buen comer, un avasallamiento sensorial como en los más exuberantes bodegones clásicos holandeses.
Bodegón de Viridiana, 2011
     Esta exposición es una verdadera exaltación de la naturaleza muerta, ese género despreciado por la tradición y elevado luego a los altares de la modernidad por los cubistas. Éstos, tal y como dice Corazón en su texto, eliminaron lo que de naturaleza tenían las naturalezas muertas, y él comparte con ellos el hecho de que, de partida, sus bodegones no son más que objetos encima de una mesa. Pero no es menos cierto que una visión de conjunto de uno de estos cuadros nos transmite una sensación de realidad palpable, fidedigna si bien no naturalista. Nos transmite con igual acierto la voluptuosidad gastronómica y el desorden de la mesa del artista, con sus pinceles empapados en pintura y cigarrillos apagados. A veces se dan los dos ámbitos en el mismo lienzo, de modo que los higos y la carne conviven pacíficamente con tubos de pintura y cuadernos de dibujo. Azares asociativos de la memoria.
     Este último y fecundo periodo creativo de Alberto Corazón le ha dado también para reflexionar acerca del paisaje, otro género tradicionalmente despreciado y convertido después en protagonista de excepción por las vanguardias. Aparece de forma recurrente en la exposición el título Huida a Egipto, en alusión a las composiciones homónimas de Joachim Patinir que dieron origen al paisaje moderno. Igual que muchos pintores posteriores a él, Patinir utilizó el episodio religioso como mera excusa para detenerse en la exuberancia del paisaje. En esta línea se podrían situar algunas de las naturalezas muertas de Corazón, que llevan el mismo título bíblico y, sin embargo, no hacen referencia directa al tema aludido. Son meros pretextos para poder concentrarse en el ejercicio pictórico en sí, más allá de ataduras narrativas o descriptivas. Se trata, según el propio Corazón, de excusas iconográficas “para volver a reclamar atención sobre cómo la creación artística surge de las zonas más profundas y oscuras del ser humano. Y cómo encuentra, todavía, el modo de hacerse visible a través de trazos y colores”.

Pintar de memoria. Galería Marlborough. Orfila 5, Madrid. Hasta el 10 de diciembre.


Alberto Corazón's mnemonic techniques

It’s not always easy to imagine how an artist works, but on some occasions we find that the resolution of his or her pieces clearly tell us how they have been made. I have thought of this whilst visiting Alberto Corazón’s (Madrid, 1942) exhibition at Marlborough Gallery. The painter, sculptor and designer presents an important series of canvases, the majority of which are still lifes.
     It’s been helpful to come across a text by the artist in December’s edition of Descubrir el arte. Reading it confirms many things the paintings either insinuate or say explicitly. These paintings show a finish closer to scribbled sketches than to pieces ready to be exhibited. ‘To paint as if I were drawing,’ says Corazón. The traces of the paintbrush and the graphite reveal his way of confronting the empty canvas, the motif being less important than a kind of subconscious impulse. ‘I know no “artistic method” other than trial and error. Everything I previously think, what I try to imagine, of visualising, everything disappears the moment the hand with the graphite or the brush begins to move.’
     All this doesn’t seem banal chatter if we observe the rough finish of the paintings. The colour stains are imprecise, as are the thin black contours that insinuate the forms rather than define them. In his still lifes, just in case, Corazón writes, in equally schematic handwriting, a descriptive caption next to each piece of food. Everything –the colours, the forms, the apparently natural and carefree agility of the brushstrokes– seems to be indicative of the pleasure obtained in the very act of painting. In this case, enjoying painting in the same measure as one enjoys good food, a sensory overload like in the most exuberant classical Dutch still lifes.
     This exhibition is a true ode to this pictorial genre, despised by academic tradition and elevated to the altars of modernity by the Cubists. These, as Corazón indicates in his text, were responsible for banishing life from the term ‘still life’, and he shares with them the fact that his compositions are, initially, no more than objects on a table. It’s not less true, though, that the sum of these objects on one of his canvases gives us a sensation of tangible reality, trustworthy in spite of not being naturalistically precise. They transmit, with equal skill, gastronomic voluptuousness and the sense of disorder of the table where the artist works, with his brushes soaked in paint or his extinguished cigarettes. Sometimes, the two fields coincide on the same table, and we find figs and meat living peacefully beside tubes of paint and sketchbooks. Memory’s chance associations.
     Alberto Corazón’s latest, prolific, creative period has also faced him with the question of landscape, another traditionally despised genre later converted into a key protagonist by the avant-garde. In this exhibition we continually find ourselves with the title Flight to Egypt, a reference to the homonymous compositions by Joachim Patinir that gave birth to modern landscape painting. As many artists would do after him, Patinir used this religious episode as a mere excuse in order to revel in the exuberance of landscape. Along these same lines, some of Corazón’s still lifes carry the same biblical title but show no reference whatsoever to the alluded theme. They are mere pretexts, concentrating meanwhile on the act of painting per se, breaking narrative or descriptive restrictions. In Corazón’s own words, these are iconographic excuses 'in order to demand attention on how artistic creativity is born in the deepest and darkest places of the human being. And how it still finds the way of making itself visible through brushstrokes and colour.’

Painting by heart. Marlborough Gallery. Orfila 5, Madrid. Until 10th December.

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